Así como tiempo tendremos también para abordar su trabajo y su obra. En fin MI HERMANO AL DESNUDO... ALL ABOUT MY BROTHER
Juan Emilio Sanchis Girbés nace en Algemesí, Valencia, el 8 de agosto del año en que suprimieron las cartillas de racionamiento; es decir: 1952, año en que, bajo la dirección de Luis García Berlanga, se estrenaba en España la película Bienvenido, Mister Marshall. El fin racionamiento, tal vez incluso del hambre, y la coincidencia con el inicio del “sueño americano” en la vida española, quién sabe si marcaron su casticismo tolerante y sus maneras, irónicas y valencianas, de estar en el mundo..., o “en er mundo”, por ir acostumbrándonos a los giros frenéticos del pasodoble, que es muy posible que sean como los del propio mundo.
Juan E. Sanchis Girbés estudió bachillerato elemental en el pío recinto de las Escuelas Pías, calle Carniceros (nunca mejor dicha… ) donde sufrió todo tipo de tormentos, flagelos y penalidades. Lo único positivo que recuerda del lugar y de sus inquisidores es la obligada lectura del Quijote, que le infundió una profunda, por callada, visión melancólica de España, y dos cursos de francés (con perdón) que le permitieron quedar como un monsieur cuando, en las orillas del Sena, le preguntó a un gendarme (cuya madre resultó ser de Gandía), en la lengua de Víctor Hugo, por dónde tenía que ir para llegar al muelle Enrique IV. El atracadero, por ser de agua dulce y monárquico, tenía en sí algo de atraco emocional a la lógica del mundo. La teniente de alcalde del Ayuntamiento de París, Anne Hidalgo, resultó gaditana afrancesada y jacobina, una morenaza chiclanera que no cantaba lo de “con las bombas que tiran los fanfarrones –o francmsones- se hacen las gaditanas tirabuzones”, pero que, junto con el primer edil, Bertrand Delanoë, iba a homenajear a los republicanos españoles que tanto ayudaron a liberar París en agosto del 1944… También le sirvió el francés de los escolapios, la verdad sea dicha, para canturrear epicúreos existencialismos en las alturas de Montmartre: oh Rien de rien… Il ne se passe jamais rien pour moi./ Je me demande porquoi!/ Rien ! Rien ! Rien !... Nunca perdió el tiempo.
Juan Emilio Sanchis Girbés, por lo demás, y debido a la forzosa interrupción de sus estudios, por proveer el sustento familiar, a resultas de la sobrevenida enfermedad de su padre, se hizo grabador de joyería. Pero después ejerció como agente comercial, especializado en alimentación y bebidas, desde aceites y jamones a leches gallegas, aunque siempre sintió predilección (y hasta devoción) por los vinos… También ha sobrevivido como inspector del programa NOW (Nuevas Oportunidades para la Mujer) en la Mancomunidad de Municipios del Alto Palencia (1997) y como experto inquilino en las listas del INEM.
Sus inquietudes literarias y periodísticas (que tal vez sean las mismas) comenzaron en la adolescencia con la lectura del Quijote (como ya se ha dicho), a la par que practicaba el toreo de salón en compañía del, trágicamente fallecido, Manolo Montoliú. Veleidades efímeras le hicieron también soñar con ser piloto de combate en el Ejército del Aire. No lo logró, pero fue cabo de la policía militar de dicha arma. Es decir, que voló a ras del suelo, lo cual redondeó sus inquietudes literarias, pues largas tardes en el cuerpo de guardia de la Jefatura del Sector Aéreo de Valencia le hicieron adicto a la columna, en Pueblo, de Pedro Rodríguez, que en paz descanse y Dios le tenga en su gloria, porque fue maestro de imborrable huella. A él, en lo periodístico, y a don Camilo José Cela, en lo novelístico, les debe la pasión arrebatadora por la síntesis de ambos géneros. La devoción poética es triple: Antonio Machado, León Felipe y Luis Cernuda; además, claro está, de san Juan de la Cruz y César Vallejo, que son la literatura en estado puro.
Cumplidos ya los treinta años, intentó estudiar periodismo en Valencia, algo entonces imposible, y más para un hombre forzado a la nocturnidad y la alevosía del autodidactismo. Logró matricularse en Derecho. La carrera, inacabada, no se sabe por qué (aunque hay muchos precedentes), le resultó más literaria que la de Periodismo o cualquiera de las múltiples filologías. Más allá de mirar a las alumnas y a alguna que otra profesora, no se puede decir que, además del barroquismo legalista, le aportara beneficio material digno de mención. Con asignaturas de varios cursos en danza, dejó los estudios que realizaba a la par que deambulaba por España vendiendo ora gaseosas ora algún que otro vino o cerveza importada, y optó por escribir. La vida errabunda por la vieja piel de toro le motivó una novela epistolar: Cartas a León Felipe. Las tiró al mar (las cartas, claro) un día que las encontró hueras, en la playa de la Malvarrosa, pues como dice el mismo León Felipe: "…ocurre que hay días/ en que el hombre quiere engañarse y que le engañen…/ y él mismo se embarca en la primera playa/y en el barco más frágil/ para ir a buscar a las sirenas". Guardó lo que pudo en la memoria y se puso a escribir Café para todos, una novela en soliloquio, pergeñada en bares y cafés que puede salir cualquier día… Sólo necesita un poco de paz y un alto el fuego económico, porque, como ya se ha expuesto su poesía es también la más cruda de Vallejo:
Hoy no ha venido nadie a preguntar;
ni me han pedido esta tarde nada.
No he visto ni una flor de cementerio
en tan alegre procesión de luces.
Perdóname, Señor: qué poco he muerto!
Una mañana, mientras le cortaban el pelo y le rebullían ideas en la peluquería de Erenesto, en Segorbe, se enteró de que los del Consistorio convocaban un premio de cuentos, el “Max Aub”. Se presentó en su variante comarcal, porque lo importante era salir en la foto y amarrar la cosa. Lo consiguió. Y En el principio fueron tres raíles (Javier Quiñones ganó el nacional con De libertad tendidas mis banderas) le posibilitó publicar tres artículos gratuitos en Mediterráneo; el primero de ellos titulado “El cardenal”, a la sazón de la vista que Tarancón al Paredón hizo a Vall de Almonacid (pueblo no natal, pero casi) para inaugurar la electrificación motriz de las campanas, una modernidad que casaba muy bien con el aire postconciliar de don Vicente.
Mientras escribía mil libros que nunca acababa, porque lo suyo quizá sea la recopilación de artículos, al estilo de César González Ruano, se dejó caer por todas las redacciones y le admitieron una colaboración fija en Levante de Castellón (“El Mercantil Valenciano”). Se trataba de una sección de entrevistas, muy literaturalizadas, con largas interpolaciones descriptivas, luego constatadas como estilo pretérito en algunas de las realizadas a intelectuales, publicadas en el diario El Sol del año 1931 por Víctor de la Serna y Francisco Lucientes ; con la salvedad de que Juan Emilio Sanchis no sólo entrevistaba intelectuales, sino todo un amplio espectro del género sapiens que abarcaba senadores, alcaldes, putas, drogadictos, inventores y hasta un cavernícola (Paco “Gusana”, de Viver) que vivía en una cueva para no pagar impuestos.
Tiempo después se le dio una columna de “opinión”, más sosegada, que ya era hora, de las que se puede escribir en casa: La fuente Larga, que duró en Levante de Castellón hasta que un articulo titulado “Los fusilamientos de La Moncloa”, a tenor de una crisis de gobierno acaecida durante los días 2 ó 3 de mayo de uno de los años triunfales del felipismo, le hizo dar con sus huesos en la calle. Lo recuperó Juan Enrique Mas, director de Castellón Diario, hombre al que siempre le estará agradecido y del que guarda un recuerdo entrañable. Se mantuvo en el periódico hasta su cierre en el año 1997. Durante el 98, como corresponde a su esencia española, y más teniendo en cuenta que nada ocurre por casualidad, entró en crisis y sólo pudo publicar unos pocos artículos en la edición castellonense del diario El Mundo.
Así hasta el 2003, año en que empezó a colaborar, también aportando su columna La fuente Larga, en el periódico comarcal Escavia Información, de Segorbe. Perdió la visión del ojo derecho al poco de empezar. Doña Noelia Blasco Soriano, directora tanto del Escavia como de la revista Valencia, 7 días, le dio una página de “local” en este último medio, pero unas fiebres maltesas o váyase a saber qué plaga de Egipto sobrevenida, lo arrojaron de nuevo a la diáspora en el abril reciente, cuando España florecía.